En la actualidad, las personas mayores de 70 años viven más tiempo, con mejor salud, y una sensación de juventud que no tiene precedentes. Hoy, tener 70 años no significa ser “mayor”, significa disfrutar de una etapa vital plena, con proyectos, autonomía, viajes y participación social. Dice Clint Eastwood que su secreto para mantenerse activo y con propósito es el “no dejar entrar el viejo”, pero esta gran premisa no ha de servirnos para dejar de reflexionar en determinados momentos de la vida como el que proponemos.
La conducción de vehículos es una acción que requiere el uso simultáneo de una serie de funciones cognitivas muy importantes: atención sostenida, tiempo de respuesta, coordinación motora, habilidades visoespaciales, capacidad para tomar decisiones rápidas, visión nítida. Estas funciones, como otras corporales del humano, pasan a ser menos eficientes de forma inexorable, gradual y silenciosa con el paso del tiempo. En estos términos, la cuestión principal, es saber determinar en qué momento llega ese “cuándo”. La anosognosia de no-reconocer o minimizar limitaciones como: ver con dificultad por la noche o tiempos de reacción más lentos puede llevar a situaciones peligrosas.
Precisamente por eso, es importante reflexionar con tiempo sobre la conducción. Porque sentirse joven no siempre garantiza que todas las capacidades necesarias para conducir se mantengan al mismo nivel. La vitalidad que sienten muchas personas mayores hoy es real y valiosa. Pero, al mismo tiempo, el organismo experimenta cambios muy graduales y casi imperceptibles en la vista, el oído, los reflejos o la velocidad de procesamiento de la información. Estas no son señales de envejecimiento negativo, sino parte del ciclo natural de la vida. Reconocerlos no nos hace “menos jóvenes”, sino más sabios y previsores.
Querer seguir manteniendo la autonomía implica también asumir riesgos y, en determinados momentos, pérdidas. Desplazarse para hacer compras, visitar amigos, viajar o disfrutar del día a día sin depender de nadie es un derecho, sí, pero esto no ha de llevar a olvidar que esa independencia puede verse amenazada por un accidente provocado por una limitación no detectada.
Sentirse vital no ha de ser lo mismo que imprudencia. El paso del tiempo tiene algo muy bonito llamado sabiduría que nos permite reconocer situaciones potencialmente peligrosas y una mayor garantía y eficacia en la toma de decisiones.
Muchas personas mayores descubren que, cuando dejan de conducir, ganan tiempo, reducen el estrés y se sienten más tranquilos al viajar acompañados, en transporte público o con servicios compartidos. Hoy existen alternativas modernas, cómodas y flexibles que permiten seguir disfrutando de la vida sin preocupaciones al volante. Es una manera de continuar siendo activos, sin asumir riesgos innecesarios.
En definitiva, reconocer el mejor momento para decidir sobre cuando puedo o no seguir conduciendo vehículos, es un acto de responsabilidad hacia un mismo y hacia los demás.
Reflexionar sobre el momento de dejar de conducir no es una señal de debilidad, es una señal de lucidez, responsabilidad y amor propio. Demuestra madurez, generosidad y sentido de comunidad. Es una forma de proteger lo más valioso: la vida.
